Cuando era pequeña, aproximadamente a los 5 o 6 años, ingresé a un kínder nuevo en esta ciudad, después de haber cursado un año en otra parte, por lo que me resultó difícil establecer lazos de amistad. Recuerdo que a esa edad cada vez que asistía a la iglesia, le pedía con todas mis fuerzas a Dios que me mandara una amiga, solo una, pero que fuera una de verdad, alguien que me escuchara y apoyara. En la actualidad, me lleno de alegría y agradecimiento al evocar ese recuerdo, pues Dios no solo me mandó una amiga verdadera, además, me dio la bendición de establecer lazos verdaderos y duraderos de amistad. Con orgullo les digo que tengo el privilegio de grandes amistades.
La amistad ha sido la inspiración de poetas, escritores y cantautores, existen muchos versos y reflexiones sobre este maravilloso concepto que tenemos para describir nuestras relaciones afectivas y fraternales con el prójimo, pero, ¿qué hace tan especial e inspirador esto que llamamos “amistad”?, creo que son muchísimas cosas, comenzando por la evidente necesidad que tenemos como seres humanos para relacionarnos con otros. Desde nuestro nacimiento venimos con la predisposición y necesidad del otro, pues llegamos a este mundo indefensos y frágiles por lo que nuestro instinto natural a desarrollar apego es la única garantía de nuestra supervivencia. El apego nos permite sentir empatía y preocupación por el otro.
Sin embargo, este instinto natural no garantiza relaciones fructíferas, es necesario desarrollarlo. Aprendemos a amar al otro a partir de cómo hemos sido amados y cuidados, por lo tanto, si una persona no recibió los cuidados necesarios es posible que venga un poco “descompuesta” en su capacidad para entablar relaciones saludables de amistad y de amor. La buena noticia, es que la obra de Dios es tan perfecta que nos dio la capacidad de sanar y arreglar estos “desperfectos”. La vida nos rodea de buenos y malos momentos, y nosotros tenemos la capacidad para elegir con qué nos quedamos, si elegimos quedarnos con la alegría y disfrutar la vida nutrimos nuestra capacidad para formar lazos duraderos y verdaderos de amistad.
La amistad también es una decisión y un salto de fe. Cuando es madura somos capaces de ver las debilidades de nuestros amigos y aceptarlos tal cual son, creemos que la bondad es más fuerte que esos desperfectos, tanto en nuestros amigos como en nuestra propia persona, así que hacemos lo mejor que podemos y decidimos amar al otro. Y para amar verdaderamente al otro, necesitamos amarnos a nosotros mismos e identificar también cuando estos lazos sanos se desvanecen, pues la triste realidad, es que la amistad también tiene fecha de caducidad y forzar un lazo debilitado puede desencadenar mucho dolor e incluso relaciones tóxicas. Sin embargo, podemos estar tranquilos pues también existen amistades que trascienden. Estas son aquellas que, como una frágil flor, son cuidadas y abonadas, con el agua necesaria para crecer y fortalecerse, pero sin riegos excesivos que puedan ahogarla. Los lazos de amistad verdadera nos fortalecen y llenan de energía brindándonos herramientas que nos ayudan a enfrentar los retos de la vida.
Un abrazo a quienes han dejado una huella imborrable en mi corazón, mis amigos, TODOS ellos, quienes están en mi vida y, quienes por cuestiones de la misma vida han tomado un camino distinto al mío. ¡Gracias por todo lo que me han enseñado! Dios los bendiga.